Además de ver las cosas de distintas perspectivas desde nuestro bando, hemos querido que veáis las cosas del punto de vista de los NPC's que creamos y que tienen personalidad propia, ideales y su propia vida dentro de la historia.Toda acción tiene su repercusión y aunque puedan ser personajes temporales, pueden marcar la diferencia y plantear un camino distinto.
Una vez dejaron atrás la
Senda Llameante y los exploradores reconocieron el terreno como un
lugar seguro, decidieron acampar entre los muros de la zona este del
Santuario y la charca. Rodeando la orilla crecían flores que
parecían hechas del mismo fuego que invocaban los sacerdotes de
Ordos, pero el agua estaba limpia y sirvió para calmar la sed de los
hombres y retirar la capa de sangre seca, polvo y ceniza que durante
el camino se había adherido a ellos como una segunda piel. Se
asignaron vigías y turnos de guardia, y en un abrir y cerrar de ojos
el nuevo campamento rebosaba actividad, a pesar de que el número de
hombres que lo ocupaban había descendido considerablemente en las
últimas horas. Se repartieron las provisiones que todavía
conservaban y se montaron las tiendas, reservando la más grande como
hospital de campaña en el que atender a los heridos y la segunda
como sala de reuniones, donde el portavoz de la Casa Dankworth, ser
Hower, convocaría más tarde a sus oficiales para discutir su
estrategia. Entre tanto los demás terminaban de instalarse, Jeren
Bertrand, mano derecha del líder de la expedición, se retiró a
descansar hasta el momento en que su presencia fuera requerida.
Gracias a su elevada
posición en el grupo contaba con el privilegio de no tener que
compartir su carpa de lona blanca con nadie más, y desde luego con
el de que fueran otros los que la montaran por él y cargaran hasta
allí sus pertenencias. Cuando llegó, el interior estaba casi a
oscuras, a excepción de la pequeña vela que ardía junto a la
palangana que le habían dejado para que pudiera asearse; también
había algo de pan y queso, que ni tocó por encontrarse demasiado
cansado incluso para comer. Jeren se quitó la armadura,
resintiéndose en silencio de la rigidez que notaba en los hombros,
las rozaduras causadas por las correas y los incontables magullones,
que bajo la escasa iluminación parecían ser menos de los que en
realidad tenía y sentía por todo el cuerpo. Mientras frotaba una y
otra vez para quitarse la mugre, no podía dejar de preguntarse
cuánto tiempo más les quedaría en ese lugar. Llevaba en la isla
unas tres semanas, pero si alguien le hubiera demostrado que estaba
allí desde hacía meses no se habría sorprendido. Sin que el sol
cambiara de posición en aquel lugar que había quedado congelado en
un ocaso perpetuo, la única forma que habían encontrado de medir el
tiempo era estudiando el comportamiento de las criaturas de la isla,
especialmente el de las aves, y no estaba muy convencido de la
eficacia de este método.
Cuando acabó se puso la
ropa más limpia que tenía y se dejó caer sobre las mantas que le
servían como lecho, celebrando con un suspiro de placer el poder
concederse aunque fueran unos minutos de reposo. Allí tumbado,
escuchaba el ir y venir de los hombres, las escasas conversaciones de
las tiendas adyacentes a la suya y el lamento de los heridos, al que
ya se había acostumbrado. Sin embargo, todavía le pesaba en la
conciencia las súplicas de los que habían tenido que dejar atrás,
a merced de los yaungol, por no poder cargar con ellos. El hombre
práctico que había en él se decía que si no hubieran actuado de
ese modo habrían sido muchas más las pérdidas, pero era difícil
olvidar los gritos y el olor a carne quemada. Se avergonzaba de sí
mismo por agradecer de corazón que la mayoría de los muertos
hubieran sido personas ajenas a él, mercenarios y aventureros que se
les habían sumado en la Corte Celestial.
"Luz, Luz Sagrada,
sé que escuchas a los hombres y alivias su aflicción. Si cometí
alguna bajeza, o he lastimado sin razón, ten piedad de mí."
Poco a poco, el cansancio
y las oraciones consiguieron adormecerle. Cada vez sentía más
lejanos los sonidos que le rodeaban, y el pesar se diluía entre los
recuerdos cálidos del hogar que invocaba el subconsciente. La
respiración de Jeren era tranquila y dormía ya con un brazo
relajado sobre el pecho, indiferente a los parpadeos de la llama, que
acabó por apagarse tras un pequeño chisporroteo. La oscuridad, aun
sin la luz de la vela, seguía sin ser total; en ella apenas se
adivinaban los contornos de los objetos y el cuerpo tendido del joven
humano. Rápidamente, escurriéndose con sus ágiles patas como las
de un insecto, algo negro y poco más grande que un gato avanzó
hacia el indefenso Jeren, que no advirtió nada extraño mientras
soñaba con banquetes y canciones de primavera.
Tú... Te dije que
jugarías un papel importante, ¿No es así? ¿Acaso pensaste que
mentía? Y aquí te tengo, te he encontrado... Despierta, Jeren. Abre
los ojos. Abre los ojos y muéstrame dónde estás...
La criatura había
extendido unos tentáculos viscosos hacia el rostro de Jeren, que al
sentir el frío que emanaba de ellos se revolvió súbitamente
angustiado, pero sin lograr escapar del sueño que se había tornado
en pesadilla. Escuchaba la voz como si le susurraran las palabras al
oído, y aunque no había aspereza en su tono, aunque la lengua en la
que le hablaba era la más hermosa que había escuchado jamás, se
sintió amenazado sin saber porqué.
Entonces se encontró
tendido en su cama, no en la de la tienda de aquella isla perdida en
el tiempo, sino en la de sus habitaciones en La
Torre del Lucero, en Arathi.
El viento estremeció los
cristales de la ventana y él, mientras observaba la oscuridad que
había más allá de su reflejo, se sintió dominado por un terror
inconsolable.
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